¡Oh, bienaventurado seas,
Paráclito eternal, que con tus dones
nos nutres y recreas!
Llueven tus bendiciones
sobre nuestros contritos corazones.
Ven y nos fortalece,
si alguna vez nuestro valor flaquea
y tu ley enderece
el pie, si se ladea,
si tímido se para o titubea.
El fuego centelleante
que sobre los apóstoles ardía,
al pecho de diamante,
al alma seca y fría,
ablande y de calor en este día.
(Tomás José González de Carvajal)
Feliz domingo de Pentecostés. Celina